5) Fin de la partida. La cúpula militar, a principios de 1945, era consciente de que iban a ser derrotados, pero no podían aceptar la rendición incondicional porque traería el fin de todo el sistema imperial, algo inconcebible.
En febrero de 1945, los marines norteamericanos desembarcaron en la pequeña isla volcánica de Iwo Jima, una vez más la respuesta japonesa fue numantina. Uno de cada tres norteamericanos, había muerto o estaba herido.
En un intento por obligar a Japón a aceptar una rendición incondicional, se tomó la decisión de implicar en la guerra a la población civil. Armados con bombas incendiarias, los bombarderos B-29 sobrevolaron a escasa altura las ciudades japonesas por la noche e incendiaron los edificios.
Este hecho pasó inadvertido, cinco meses antes de que se lanzaran las bombas atómicas, los norteamericanos lo llevaron a cabo, la noche del 10 de marzo de 1945, el bombardeo (con proyectiles incendiarios) de Tokio, matando a más de 100.000 personas en la mayor tormenta de fuego de la historia. En esas pocas horas, murió más gente que en cualquiera de los ataques posteriores con bombas atómicas.
Paul Montgomery, miembro de la tripulación de un B-29, "no hablábamos de los bombardeos sobre las ciudades, de las fábricas sí, de las bases navales, sí. Pero cuando llegaba el turno de las ciudades, se instalaba una especie de silencio sepulcral. Todo el mundo sabía que había mujeres y niños. Jamás hablamos de ello". El Emperador Hirohito, en una visita insólita, visitó las zonas afectadas e hizo un llamamiento para lograr la victoria decisiva que permitiera a los japoneses negociar con los aliados desde una posición de fuerza relativa.
El 6 de abril comenzaron los ataques de los Kamikazes. Hundieron 24 navíos norteamericanos y 200 sufrieron daños.
En junio de 1945, los norteamericanos, que controlaban Okinawa, habían muerto 8.000 marines en la isla, pero 60.000 soldados japoneses y 150.000 civiles perdieron la vida en la batalla. Los hechos narrados aquí son de tal crudeza que prefiero no mencionarlos y dejarlos para la lectura del libro.
En julio, los líderes aliados se reunieron en Potsdam, Alemania, para estudiar en qué términos sería aceptable la rendición de Japón. A Harry Truman (Presidente USA), le comunican que la prueba de la bomba atómica había sido un éxito. La "Declaración de Potsdam" se pedía la rendición incondicional de Japón.
Una comisión especial, norteamericana, recomendó a Hiroshima para el ataque con la bomba atómica, se produjo el 6 de agosto de 1945. Unas grandes gotas de lluvia comenzaron a caer, era lluvia negra. 48 horas después, Stalin, declaró la guerra a Japón para recuperar Manchuria. El 9 de agosto, los norteamericanos que no habían tenido noticias de los japoneses, lanzaron una segunda bomba, ésta en Nagasaki.
El 14 de agosto se llevó a cabo un nuevo bombardeo en Kumagaya, en esta ocasión por medios convencionales. Curiosamente, este bombardeo "convencional", provocó más destrucción que el bombardeo de Nagasaki. Sin embargo, estos muertos civiles, muertos con bombas incendiarias, no ocupan en la historia el mismo lugar que ocupan los muertos con las bombas atómicas.
Por fin, Hirohito tomó la decisión de poner fin a la guerra. El 15 de agosto de 1945, el pueblo japonés escuchó el discurso del Emperador en el que anunciaba la rendición.
Acabada la guerra, alrededor de cinco mil japoneses fueron llevados a juicio por crímenes de guerra en unos procesos viciados y en muchos casos, injustos, organizados por los aliados.
El Emperador continuó en el trono hasta su muerte en 1989, pero había dejado de ser un dios.
En fin, esta serie se ha terminado, sin embargo, el libro cuenta muchas cosas más y es estupendo para conocer parte de nuestra reciente historia. La lectura es sencilla y viene acompañado de fotografías de la época.
El holocausto asiático - Laurence Rees (1ª parte)
El holocausto asiático - Laurence Rees (2ª parte)
El holocausto asiático - Laurence Rees (3ª parte)
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