Leo cualquier cosa. La culpable es mi abuela, mejor dicho, lo fue, a la que hecho mucho de menos, no hay día que pase que no me acuerde de ella. No levantaba más de un palmo, bueno, supongo que algo más, cuando me decía, tienes que leer y leer de todo. Me llevaba al mercado todos los lunes con una bolsa llena de tebeos y cuentos de hadas, los cambiaba por otros que no había leído. Los jueves me llevaba a la biblioteca y me decía, coge un libro (los sábados y los domingos íbamos al cine, discutía muy a menudo con los porteros porque no me dejaban entrar). Y así salí yo de rara, que leo hasta las etiquetas de los frascos de champú (y con las películas ocurre otro tanto).
Cuando estaba terminando El cortador de cañas ( 蘆刈 Ashikari), de Junichirō Tanizaki (谷崎潤一郎, Junichirō Tanizaki) de 1932, lo cierto es que no me enteré del motivo del título, más allá que un tipo cuenta a otro una historia entre las cañas que hay en un río, ¡vaya!, ¿tendré que volver a leerlo?, me acordé de mi abuela, ¿por qué hay que leer de todo?, yo creo que no. Me había gustado mucho la madre del capitán Shigemoto y El elogio de la sombra, pero este cortador de cañas me parece tan alejado de cualquier realidad, ni siquiera pudo ocurrir en la época del antiguo Japón. ¿Qué es muy poética?, tal vez, será que no tengo la sensibilidad muy subida:
... pensé, algún lugar oscuro y olvidado donde se pueda ir dando un paseo y volver en dos o tres horas.
... y a la vuelta podría gozar de la vista de la luna llena desde las orillas del Yodo.
... Aún así me dejé conmover por cada árbol y cada piedra.
... son esos montes y esos ríos vulgares, ni majestuosos ni incomparables, los que me invitan a una dulce ensoñación y me dan ganas de quedarme para siempre.
... porque quería disfrutar allí un rato de la brisa del río.
... Está espléndida la luna, ¿verdad?, me dijo a modo de saludo con voz sonora.
... Que un desconocido se lance a hablar con esa familiaridad es algo casi inaudito en Tokio
... Vámonos, hijo mío, me dijo, te voy a llevar a que veas la luna; y salimos cuando aún era de día.
... Padre, ¿esas personas están celebrando el plenilunio?
... Me atrajo desde la primera vez que la vi aquel día, decía mi padre.
... tenía que ser una mujer tan refinada como esas damas de la corte a las que uno se imagina con una túnica larga de ceremonia y leyendo el Genji detrás de las cortinas; no se iba a contentar con una geisha.
... Jamás movía un dedo, y sus hermanas la servían como criadas
... La imagen de la señorita Oyu vestida con una túnica larga de ceremonia, como jamás había esperado verla, convirtió en realidad la visión que acariciaba en sueños.
... la señorita Oshizu... quedaba muy por debajo de su hermana; viéndola sola no se notaba tanto, pero al lado de la señorita Oyu había la diferencia de una princesa a una criada;
... pero en la noche de bodas Oshizu le dijo: Te he aceptado porque sé lo que siente mi hermana. No podría mirarle a la cara si me entregase a ti. Te ruego que la hagas feliz; a mi no me importa ser tu esposa sólo de nombre. Y se echó a llorar.
... En esas ocasiones la señorita Oyu y los casados dormían juntos en la misma habitación. Poco a poco vino a ser ésa su costumbre.
... Se te da muy bien. Estoy acostumbrada a beberle la leche, dijo Oshizu. Me lo ha pedido más de una vez desde que nació Hajime, porque al niño le amamanta la nodriza. ¿A qué sabe?, preguntó mi padre.
... ¿usted de quien es hijo?. Buena pregunta.
... Todavía hoy, si me acerco a la villa en el plenilunio de otoño y miro a través del seto, la señorita Oyu estará tocando el koto y sus doncellas danzarán para ella.
Seguiré leyendo a Tanizaki, haré caso a mi abuela, que creo que hay mucho por descubrir.
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