Ushio Shinohara tiene ochenta años, seguro que está contentísimo con la atención que le prestan a causa de este documental, que aparte de ganar premios su director, como en Sundance, está nominado al Oscar a mejor documental largometraje. Tuve la suerte de verlo en el Festival de San Sebastián.
Shinohara era un artista con éxito en su país natal, Japón, se hizo famoso en los años 60 con las pinturas de boxeo, envuelve los guantes en trapos, los moja en pintura y a puñetazos en el lienzo, pero quería reconocimiento internacional y para ello se fue a vivir a Nueva York, pero no parece haber conseguido ese éxito, al menos, como él había previsto.
En 1965 una joven estudiante de arte, Noriko, se fue también a Nueva York y allí conoció a Ushio, con el que se casaría poco después (él le lleva 21 años), quedando su arte en un segundo plano. En un momento dado del documental, Ushio dice que Noriko es su ayudante, lo cual ella niega. Cuando él está solo dice (más o menos), la gente normal tiene que ser ayudante de los genios, toma ya. Entendí bien o este anciano tiene un ego que no puede con él.
No solo tiene pinturas hechas a puñetazos, tiene figuras, como la moto de la fotografía, realizadas con materiales que recoge en la calle. La moto que aparece al principio del documental, es impresionante, me descubro ante él.
En el documental vemos la culminación de Noriko de hacerse independiente, respecto de su marido, le llevó 40 años. Nos cuenta cómo buscó un espacio propio. Así, sigue el consejo de Virginia Woolf, una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder dedicarse a escribir. Ella recrea en dibujos, una especie de tira cómica, su relación con Ushio, un bruto alcohólico que se apoderó de su vida.
Por supuesto, Ushio no ve las cosas así. Además, de la relación de la pareja, que me parece enternecedora, vemos a este octogenario muy preocupado durante todo el documental porque no consigue vender su arte como a él le gustaría, son artistas pero tienen que pagar facturas como todo el mundo.
Un tercer personaje que aparece casi al final es el hijo de ambos, la madre dice que tiene que esconder el vino, porque se lo bebe todo. Creo que el exceso del padre con el alcohol y una vida llena de adultos, no fue el mejor ambiente para que creciese un niño.
Cutie and the Boxer es un gran documental, una obra de arte con la vida cotidiana de esta pareja, muy generosa que nos ha dejado verles en la intimidad de su hogar.
Zachary Heinzerling |
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