Mi estancia en Estambul fue divertida y sin sobresaltos, hasta que el último día tomé un taxi destartalado. Estuve a punto de bajarme, pero ya era tarde y tenía que llegar al aeropuerto. Sin duda, fue el taxi más cochambroso en el que jamás viajé. Durante el trayecto, el conductor, al que le había dicho que iba tarde, conducía a toda velocidad y cambiaba de carril constantemente; me imaginaba dando con mis huesos en cualquier cuneta. Al final, todo resultó bien y quedó en una anécdota simpática. Incluso el chófer me sonrió al llegar, cogió mi maleta y la dejó sobre la acera, justo delante de la puerta. ¡Todo un detalle! Por supuesto, se ganó una buena propina, pues hizo su trabajo muy bien.
El monumento que más anhelaba visitar en aquel viaje era Hagia Sophia, o Santa Sofía, a la que tenía completamente idealizada. Sin embargo, debo admitir que no la disfruté tanto como había imaginado, en parte porque ahora funciona como mezquita, lo cual limita la experiencia que yo esperaba.
La fotografía de arriba es una de las cientos que hice. El majestuoso interior de Santa Sofía, una obra maestra arquitectónica que Justiniano I concibió como el corazón de su imperio cristiano. La imagen capta la impresionante cúpula bañada por haces de luz, el vibrante tapiz de visitantes y orantes, y los imponentes medallones caligráficos islámicos que narran siglos de transformación. Observa las telas que, en las pechinas de la cúpula, cubren las figuras cristianas, un claro recordatorio de la compleja superposición de historias, fe y poder que Peter Sarris desvela en su biografía. Este templo es un espejo de la propia dualidad de Justiniano: el genio legislador que forjó los cimientos de la justicia moderna, y el emperador implacable que buscó la uniformidad religiosa a toda costa.
I. El Jurista que Forjó la Razón y la Ley
El Jurista que todos conocemos es Justiniano, autor del monumental Corpus Iuris Civilis, que se compone del Código (leyes imperiales), el Digesto/Pandectas (opiniones de juristas) y las Instituciones (manual para estudiantes).
Esta obra no solo salvó el Derecho Romano para la posteridad, sino que es la base de casi todos los sistemas de Derecho civil modernos (en Europa continental, América Latina, etc.). Esta es la imagen pulcra e idealizada que perdura en las facultades de derecho, donde se le ve como el garante de la Razón y la Ley, el hombre que ordenó el caótico derecho romano.
II. La Cruzada de la Uniformidad: El Lado Oscuro
Sin embargo, el libro de Peter Sarris nos da la clave para desvelar la verdad completa. Es más que un jurista; es un emperador total que forjó un nuevo mundo con mano de hierro. Sarris revela que Justiniano era un fanático religioso cuya política era inseparable de su fe.
Su objetivo político-religioso era la uniformidad total bajo la bandera del cristianismo Niceno-Calcedonio (Ortodoxo). El llamado odio al no cristiano se tradujo en una lucha activa contra la disidencia:
Anticristianos (Paganos): Emisión de edictos severos que cerraron las últimas escuelas paganas, como la famosa Academia de Atenas en 529 d.C., marcando un fin simbólico a la Antigüedad Clásica.
Herejes (Cristianos no Ortodoxos): Persecución activa de grupos como los Monofisitas y otras facciones cristianas que ponían en peligro la unidad del Imperio.
El Contexto de la Crueldad: La intolerancia de Justiniano no era solo una cuestión de fervor religioso, sino de política imperial. Para él, un imperio unificado en la fe era un imperio fuerte. La tolerancia era vista como debilidad o, peor aún, como sedición ante la autoridad.
Este análisis del poder en la Tardoantigüedad nos obliga a reflexionar sobre la disparidad de trato basada en el sexo en la narrativa histórica. Si bien la relación entre Adriano y el favorito masculino Antínoo ha sido elevada al mito de la pasión y la tragedia poética, la figura de la emperatriz Teodora —quien no solo fue la esposa de Justiniano sino su co-gobernante política y religiosa (de hecho, Justiniano tuvo que cambiar la ley para poder casarse con ella)—, a menudo es tratada por los historiadores con suspicacia o relegada a ser la sombra intrigante del poder. El contraste entre la idealización del hombre y la crítica o el olvido de la mujer es notable. El libro de Sarris ayuda a restaurar la imagen de Teodora como una figura de poder por derecho propio, esencial para entender el carácter implacable y totalitario del reinado de Justiniano.
III. El Espejo de la Tardoantigüedad
¿Cómo reconciliamos al hombre que creó el fundamento de la justicia occidental con el hombre que impuso la intolerancia por ley? La biografía que escribe Sarris no lo juzga, sino que lo contextualiza. El autor nos obliga a ver a Justiniano como un producto de la Tardoantigüedad, donde el poder imperial y la autoridad divina eran uno solo.
Justiniano nos desafía. ¿Debe un legado de justicia legal compensar una vida política de crueldad y fanatismo religioso? ¿Qué tipo de héroes elegimos en la historia? Este es el debate que abre el gran trabajo de Peter Sarris.
La época de Justiniano no solo fue marcada por la ambición legislativa y militar, sino también por el desastre: a partir del 541 d.C., su imperio fue devastado por la Plaga de Justiniano, una de las primeras pandemias documentadas en la historia, causando una disrupción social y económica masiva. Esta crisis global, lejos de frenar la visión imperial, la intensificó, llevando a Justiniano a redoblar su enfoque en la uniformidad religiosa como ancla de estabilidad. Peter Sarris destaca que esta pandemia es uno de los muchos desafíos que resuenan hoy, incluyendo el cambio climático y la lucha por la identidad. De forma paralela y 14 siglos después, la decisión del gobierno turco de reconvertir Santa Sofía en mezquita en 2020 se tomó también en un momento de profundo trastorno global—la pandemia de COVID-19—, sugiriendo que, tanto en la Antigüedad Tardía como en la actualidad, las grandes crisis sanitarias y sociales son a menudo el contexto perfecto para que los líderes ejecuten movimientos audaces y simbólicos destinados a reforzar el poder, la fe y la identidad nacional.




4 comentarios:
Vaya, tú con Justiniano y yo con Adriano, o mejor dicho, Antínoo.
Con esa mano de hierro cristiana supongo que contaría con el auxilio de la casta clerical de su época, y entonces ¿podría hablarse de una teocracia imperial?
¿Me recomiendas el libro?
¡Excelente pregunta! Se podría decir que el sistema de Justiniano tenía fuertes tintes teocráticos. Sin embargo, los historiadores suelen usar el término 'Cesaropapismo'. Esto significa que el emperador no solo gobernaba el Estado, sino que ejercía la autoridad suprema sobre la Iglesia. Justiniano se veía a sí mismo como el vicario de Dios en la Tierra, responsable de que la fe fuera pura. Él convocaba concilios y definía la ortodoxia, lo que convirtió a la religión en una herramienta fundamental e inseparable de su política de Estado, tal y como se explica muy bien en el libro.
Definitivamente, sí recomiendo el libro con entusiasmo. Si te interesa la historia romana, la política imperial o cómo se entrelazan la ley y la fe, es una lectura obligatoria. Peter Sarris logra desidealizar al 'gran jurista' y nos presenta al hombre complejo y brutal que forjó la modernidad con una visión totalitaria.
¡Qué buen paralelismo! Tienes razón, Fackel, tanto Adriano y Antínoo como Justiniano y Teodora son parejas clave que nos ayudan a entender la complejidad de la política imperial. Se trata de dos épocas, el Alto Imperio y la Tardoantigüedad, donde el poder y la identidad romana se estaban redefiniendo constantemente. De hecho, al leer tu comentario, me di cuenta de mi omisión: ¡había olvidado incluir una reflexión sobre la figura esencial de Teodora! Así que he añadido un párrafo extra a la entrada para subsanar ese olvido y hablar del contraste de cómo la historia recuerda a las mujeres de poder frente a los favoritos masculinos. ¡Un saludo y gracias por la lectura y la gran idea!
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