1. Mirada
El pasado 8 de diciembre sentí que algo en mi firmamento cinéfilo se apagaba: se marchaba Masato Harada, director de películas que he ido rescatando aquí, como la delicada Chronicle of My Mother o la combativa Bluestockings. Un mes antes, el 8 de noviembre, ya nos había dejado Tatsuya Nakadai, y desde entonces Japón se me parece más a un plano vacío, esperando a dos presencias que ya no llegarán.
2. Triángulo sagrado
En Cosas de Bara llevo años volviendo a tres pilares personales del cine japonés: Tatsuya Nakadai (maestro), Masato Harada (director político) y Koji Yakusho (su discípulo directo de Mumeijuku). Coordenadas emocionales de tradición herida, mirada incisiva y cuerpo contemporáneo que une ambos mundos.
3. Nakadai: la tradición encarnada
Si de alguien he escrito con verdadera devoción es de Tatsuya Nakadai, cuya filmografía habita mi archivo como un mapa afectivo propio. De su anciano testarudo en Haru’s Journey, hasta los fantasmas de Kwaidan, La condición humana I, II, III, Río negro, Hachikō Monogatari o Harakiri (seppuku), su rostro encarna la memoria y el peso de la historia. Y su Hidetora derrumbado en Ran confirma que es imposible hacer una historia del cine mundial sin él.
4. Harada: la cámara inquieta
Masato Harada, que comenzó como crítico, convirtió su cine en una herramienta para pensar la sociedad japonesa desde dentro, y lo hizo también en títulos donde empezó a tejer su alianza creativa con Koji Yakusho. En Kamikaze Taxi abre esa colaboración dotando al thriller de una furia política que viaja por carretera, y en The Emperor in August vuelve a contar con Yakusho para mirar de frente los días finales de la guerra.
5. Yakusho: el cuerpo del Japón moderno
Koji Yakusho, discípulo directo de Tatsuya Nakadai en Mumeijuku y alma de tantas páginas de este blog, es el cuerpo donde chocan tradición y modernidad —desde su debut divertidísimo en Tampopo hasta su consagración festivalera con Perfect Days. Deja su huella en Shall We Dance?, Cure y Séance, Tokyo Sonata, 13 asesinos y Admiral Yamamoto, I Just Didn't Do It, Hara-kiri: Muerte de un samurái, Paradise Lost y The Uchoten Hotel, o The World of Kanako —siempre de lo íntimo a lo monumental.
6. Jubaku: el duelo y el sistema
En Jubaku: Spellbound (金融腐蝕列島), Masato Harada consigue algo que para mí roza lo sagrado: sentar frente a frente a Tatsuya Nakadai y Koji Yakusho en el escenario invisible de un gran banco corroído por préstamos ilegales y sobornos a sokaiya. Lo que podría haber sido un drama de "hombres en traje" se convierte en una autopsia del sistema financiero japonés posburbuja, donde la vieja guardia que encarna Nakadai se aferra al poder mientras los "cuatro jinetes" liderados por Yakusho intentan reformar la institución.
7. Alma y cámara
Masato Harada defendía un cine que tuviera opinión sobre su época, un cine en el que, si el director no pensaba el mundo, la cámara se quedaba sin alma. En Koji Yakusho encontró ese vehículo perfecto, capaz de transformar cada silencio en subtexto político, y en Tatsuya Nakadai, la memoria viva de un cine donde la pantalla era un espejo moral del Japón entre deber, culpa y cambio.
8. Suehirogari: el ocho que se ensancha
Que Nakadai se fuera un 8 de noviembre y Harada un 8 de diciembre hace inevitable pensar en el número ocho japonés, ese 八 que se abre hacia abajo como una promesa de expansión: el suehirogari, símbolo de prosperidad que se ensancha hacia el futuro. Sus vidas se apagaron en días marcados por ese signo, pero su obra hace lo contrario: no se cierra, sino que sigue abriéndose ante nosotros, película a película, como una pantalla que se despliega una y otra vez.






























